La casa
Casi todas las estancias de la casa daban a un patio, y a su vez estaban comunicadas entre sí de forma que uno podía entrar en el primer cuarto e ir pasando por cada uno de los otros hasta llegar al último, y en cualquiera de ellos, si te provocaba, salir al primer patio (porque había otro, el de atrás, menos visitado, misterioso).
La cocina y el baño eran estancias independientes y posteriores, “modernas”. Estaban desconectadas del resto del circuito, de tal suerte que si a media noche necesitabas ir al baño, optabas por una de dos: despertabas a los demás para salir al patio por el último cuarto –el más cercano al baño- o acudías a la más discreta pero menos agradable bacinilla de peltre que todas las camas tenían al pie. Cartagena de Indias nació en el agua pero el acueducto se demoró.
De noche se tendían toldos para poder dormir sin la insolencia de los mosquitos. Entonces tu cama quedaba reducida a un rectángulo íntimo, propio e independiente que se convertía en un mundo especial donde nuevas aventuras podían tener lugar. La luz también era una adición moderna, razón por la cual los cables eléctricos estaban adosados a las paredes y el bombillo colgaba solitario desde el centro del techo de la habitación. Para encenderlo o apagarlo era necesario empinarse y alcanzar el interruptor que estaba cerca del mismo bombillo.
Mi hermano menor y yo dormíamos en el primer cuarto, el que daba a la calle, así que hasta que nos cogía el sueño escuchábamos la vida que seguía transcurriendo después de que las tías nos apagaban la luz. Primero oíamos languidecer la conversación de los vecinos que se habían reunido en la puerta de la calle, cada uno con su correspondiente mecedor. Luego, la de los caminantes que iban y venían y no pocas veces discusiones de borrachos trasnochados. Pero los sonidos que más recuerdo son los que me despertaban por las mañanas: los vendedores que en sus carretillas transportaban especias, yerbas y otros ingredientes necesarios para la cocina, y que pregonaban con un acento cantado que no olvido. Las yerbas se vendían mezcladas y envueltas en pequeños cuadraditos de papel, lo que le daba su nombre al producto ofrecido. Las señoras gritaban desde cada ventana:
- Cinco de envueltoooooo, diez de envueltoooooo…
Atrás los seguían los vendedores de fruta, de raspao (popsicle, como le dicen en Cartagena), después los de leche, y así, todo el mercado pasaba a domicilio. No se habían inventado los supermercados todavía, reinaban aún las tiendas de barrio.
Postal antigua de alrededor de 1950 |
Con el tiempo notamos que la casa era de las más sencillas de la cuadra, con su estructura en madera –siempre encalada en amarillo-, sus pisos de cemento liso, excepto en la sala y el comedor porque en un arranque derrochador mi abuela les puso baldosas amarillas y rojas alternadas con lo cual no hubo necesidad más nunca de poner otro tipo de decoración.
Hoy los urbanistas las llaman “casas republicanas populares”, vea usted. Para nosotros, era solamente el paraíso…
Ay Rochy, hasta ahora veo tu blog. Me encanta la narración. Me iré hacia el principio. Esa es una manera de preservar ese pasado que, de otra forma, tiende a desaparecer. Te felicito.
ResponderBorrarAmigaaa se te soltó la pluma, sigue porfa que queremos seguir leyendote! Mary
ResponderBorrarLa tienda era la del señor Juan, en la esquina estaba la peluquero ía "Malambo".
ResponderBorrarGenial Rochy! Sigue abriendo esas puertas y desentrañando recuerdos.
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