Mi cuarta abuela no se estancó
A mí denme un aguardiente, un aguardiente de caña
De las cañas de mis
valles y el anís de mis montañas
No me den trago
extranjero, que es caro y no sabe a bueno
Y porque yo siempre
quiero lo de mi tierra primero.
El conocido bambuco de Rafael Godoy, que
cantamos con la voz ronca de la emoción patriotera, no es cierto. El licor
extranjero siempre ha sabido a bueno.

En el siglo XVII
la fabricación de bebidas alcohólicas estaba en manos privadas, así que cuando
el rey de España se vio –una vez más- corto de recursos, se le ocurrió
estancarlas y solo permitir la venta libre a aquellos comerciantes que pagaran
un tributo.
Durante los
primeros años de vida republicana siguió existiendo este sistema “…porque en
las circunstancias actuales no es posible desestancar la renta del tabaco sin
causar una grande disminución en las rentas públicas.” Al
mismo tiempo, se abrió la importación tanto de tabaco extranjero como de
licores “para fomentar el comercio tanto interior como exterior”.
En su artículo
7º, la ley del 28 de septiembre de 1821 impuso un arancel del 35% a los aguardientes y
demás licores extranjeros, pero los hacendados protestaron porque “…(los
perjuicios de) la introducción de licores extranjeros son tan graves que si el
gobierno en precaución de ellos no adopta el temperamento de prohibirla se
verán en la necesidad de renunciar al cultivo de la caña y a la elaboración de
mieles…y las haciendas deberán precisamente arruinarse.”
Parece que el
tributo que pagaban los hacendados y destiladores era tan alto que no podían
competir ni con la calidad ni con la cantidad de licor importado que ingresaba.
Era tan bueno “el trago extranjero”, que aún con el agua que le echaban para
rendirlo (con lo que el tributo que pagaban quedaba en la práctica en la mitad)
“todavía quedan superiores a los del país”.
Así que en 1822,
los hacendados de la provincia empezaron a enviar cartas a las autoridades
rogando por la prohibición del licor extranjero. Mi sorpresa cuando leí algunas
de ellas fue encontrar a una mujer entre los firmantes. Una mujer en 1822 que
se dedicaba al cultivo de la miel y a la destilación de aguardiente. Y era nada
menos que mi cuarta abuela, doña Bartola Cortínez Escalante de del Real.
Supongo que doña
Bartola tuvo que tomar las riendas de las haciendas desde cuando en 1814 su
esposo, José María del Real Hidalgo, viajó a Londres con la misión de obtener
el apoyo de la corona británica a las luchas independentistas, pero no pudo
regresar porque en 1815 llegó don Pablo Morillo, les aguó la fiesta a todos y, encima, echó a doña Bartola y a sus hijos de su casa en la calle de don Sancho
para ocuparla él.
El doctor del
Real pudo regresar a Cartagena hacia 1820, y encontró a su señora como una
especie de Doña Bárbara, cual hacendada y cosechera peleando por sus derechos, y en esas
debió de seguir muchos años más porque vivió 30 años más que su esposo.
De manera que ya encontré a mi primera antepasada autosuficiente desde el punto de vista económico. Se independizó Cartagena de Indias y se independizó ella. Mis respetos, abuela Bartola.
FUENTES:
Leyes de 1821
Archivo General de la Nación. AGUARDIENTES: SR.6,1D.66
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