¿Soy o no soy cartagenera?
Nací en Cartagena pero
casi nunca me sentí del todo cartagenera. Pasé todas mis vacaciones de infancia y
preadolescencia allí. No se salvaba ni la Semana Santa. Madrugaba feliz el día
que mi papá nos llevaba temprano a mis hermanos y a mí a la casa de mi abuela y
de mis tías a las que adoré. Durante el viaje por la antigua carretera de La
Cordialidad, cuyos pueblos, haciendas, árboles reconocía uno por uno, iba
mirando por la ventana hasta que aparecía, lejana y entre brumas, la silueta de
La Popa. Entonces faltaba poco para internarnos en el infierno que ya era la
avenida Pedro de Heredia, con sus chivas, carretillas y ventorrillos. No recuerdo
cuándo apareció la bomba de El Amparo, si fue antes o después de estos viajes
de mi infancia, pero mi papá paraba en una estación de gasolina donde todo el mundo
sabía quién era. ¡Lucho! lo saludaban y él devolvía el abrazo como si los
conociera de toda la vida. A lo mejor así era.
Antes habíamos hecho la
obligada parada en Luruaco, pueblo de calles sin pavimentar que siempre recuerdo
llenas de barro. Mi papá escogía siempre una gran tienda esquinera -¡Ajá,
Lucho!- donde pedíamos a nuestro antojo bueñuelitos de fríjol de
cabeza negra -mis favoritos-, arepaehuevo, empanadas, carimañolas -las preferidas de mi papá que las
llamaba caripajuelas-, queso, chuletas de cerdo...y la primera Kola Román de
las vacaciones.
Al lado tenían la
porqueriza. Cuando digo porqueriza, es porqueriza. Hoy no entienden muy bien lo
que significaba insultar a alguien diciéndole cerdo. Había que ver cómo se
alimentaban antes esos animales y en lo que se revolcaban. ¡Y nosotros tan
contentos después de habernos empacado una chuleta! Creo que ni hacíamos
asociación de ideas. Todo quedaba digerido cuando a la salida del pueblo nos
sorprendía siempre la belleza y serena calma de la laguna, más grande que el
pueblo mismo.
Emilia del Real Torres. Detrás, Sara Torres Gambín |
Los de Barranquilla se bajaban atropellados a saludar entre un revuelo de polleras de popelina y de ahí en adelante no nos veían el forro sino tres veces al día: desayuno, almuerzo y comida.
Para todos los vecinos y
primos de mi infancia en Cartagena yo era barranquillera, pero a ellos les debo las mejores cosas de esa época: ir a la playa en
"chance", subir a La Popa madrugada en las fiestas de la Candelaria,
desayunar con fritos, batear con palos de escoba, ir a cine en bonche al
Miramar, caminar sin zapatos, recoger uvita e´ playa en patios ajenos, trepar a
los árboles, saltar paredillas, aprender nuevas palabras como Abbeccón, puyasapo, popsicle, ...
En Barranquilla nunca
usaba mi segundo apellido a menos que fuera necesario: Del Real. Me sonaba
demasiado colonial. Con el tiempo fui descubriendo que somos lo que somos, y
que el significado de la palabra nostalgia lo entiendo cuando traigo a mi mente
la imagen de tres mujeres paradas en la puerta de una casa en el Camino Arriba
y se me salen las lágrimas solitas cuando las veo agitando
sus manos diciéndonos adiós cada vez que las vacaciones llegaban a su fin.
Uno es de donde son sus recuerdos.
Prima me hizo recordar tantos momentos hermosos que compartimos en nuestra niñez, la tan esperada llegada de los primos de Barranquilla, la alegría de la abuela y de las tías Kake y Mimi porque era un tiempo de disfrute de los nietos y sobrinos que no veían todos los días, en fin tantas cosas que a veces con el pasar de los años y el agite con que se vive ahora van quedando en el fondo de nuestras mentes pero que con este escrito salieron a flote para recordarnos que nuestra niñez fue un maravilloso disfrute en familia y que el cariño siempre está ahí aunque ahora por el trabajo, el vivir muchos en otras ciudades no compartamos mucho. Besos.
ResponderBorrarAsí es, Sarita, pero recordar es vivir.
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